CARTA ABIERTA: Kraepelin, In absentia

 

Nel mezzo del cammin di nostra vita

mi retrovai per una selva oscura

 ché la diriita via era smarrita”

(Dante)

 

Los ataques a la psiquiatría constituyen un hecho tan repetido que, a estas alturas, han dejado de considerarse noticia. Ninguna otra especialidad médica ha sido sometida a críticas orquestadas por colectivos y personajes, en cuya actitud (poniendo de relieve errores e ignorando aciertos) se traslucen sentimientos de irracional beligerancia, llegando a incurrir en calumnias.

Cada vez se hace más difícil el ejercicio de la psiquiatría, no por la preparación y la experiencia que tal práctica exige, sino por diferentes “factores contribuyentes”: el médico, además de cumplir con su labor clínica, ha de cumplir una función de provisor y garante de algo tan sutil e indefinible como la salud mental (un concepto que transciende lo sanitario y al que, por derecho natural, todo el mundo aspira, por lo que tiene de promisorio). Coexistiendo con tan pretenciosa expresión, difícilmente “sostenible”, la realidad se muestra cargada de urgencias y sólidas patologías dentro de carencias vitales, no remediables con promesas celestiales ni masajes psicosensoriales, cuyo tratamiento ha de realizarse acorde a los niveles científicos actuales (manejo de fármacos u otros tratamientos biológicos de probado valor terapéutico), siempre bajo el riesgo de insospechadas reclamaciones (contenciones  farmacológicas o mecánicas, etc.) como consecuencia, por lo general, de frustradas esperanzas, objeto inexcusable de escándalo y difusión pública.

Nada tiene, pues, de extraño, que “nel mezzo del camnin”, forzando la “vocación”, el joven titulado abandone lo que un día creyó su destino, modificando su proyecto y,  víctima de un sentimiento de frustración, adopte una actitud escapista buscando acomodo en tareas organizativas, elaborando discursos psico-socio-políticos y fugas verbales psiquiatricidas (en el fondo “autopunitivas”), pero apoyando las mismas  (esto es lo sorprendente) en  algunas titulaciones académicas… Visto el panorama, en el que parecen concitarse los viejos rencores, es fácil deducir que la psiquiatría no necesita enemigos, ya que desde hace lustros se viene bastando a sí misma.

Por si esto no fuera suficiente, a diario nos topamos en diferentes medios de comunicación con conciliábulos dedicados a desentrañar los misterios de la locura, la depresión, el estrés, la salud, la felicidad, el amor, el desamor y la gracia. Algún “experto” recurre a veces, en su babélica disertación, a una numerología estadística o a la función de los ganglios basales, al lóbulo prefrontal o al sistema límbico…

Cierto que el abandono en el que en la década de los setenta del pasado siglo se encontraban las instituciones de internamiento psiquiátrico exigía una “puesta al día”, una modificación en profundidad de su funcionamiento. Pero se ha de recordar también que los hospitales generales fueron transformados y se crearon verdaderas ciudades hospitalarias, con equipamientos modernos y una dotación de profesionales que trasformaron la sanidad.

Los logros sociales influyeron de forma favorable en el trato y consideración del enfermo, facilitando su reinserción social. Sin embargo, el derribo de los hospitales psiquiátricos a la par que la “condena radical de la psiquiatría” no puede hoy mostrarse como prueba de que aquellos hechos contribuyeran en modo alguno a la disminución de los enfermos mentales ni que, trascurridos aquellos afanes revolucionarios, la atención médica diaria, lo que constituye la verdadera casuística, pueda ser reemplazada o sustituida por otros medios científicos de los que aporta la investigación clínica.

Si cabe hacer alguna advertencia a las nuevas generaciones, ya lo ha hecho Allen Frances en su libro: “¿Somos todos enfermos mentales?”. Ariel.  Planeta. Barcelona.

La historia es contumaz y rebelde. La medicina y la psiquiatría es un saber empírico. Los grandes psiquiatras no se embarcaron en promesas, sino que se limitaron a realizar su trabajo con ejemplar honestidad. Como apunta Colodrón, ellos “observaron, compararon y obraron en razón de un objetivo primordial: combatir un proceso patológico conocido por algunas de sus manifestaciones“. Desde Julius Wagner-Jauregg (Premio Nobel, 1927), Manfred Sakel, Von Meduna y Cerletti, a Delay y Deniker, el lóbrego y oscuro panorama fue logrando cambios sustanciales en la práctica diaria, gracias a la investigación biológica y psicopatológica.

Ha pasado un siglo desde que Kraepelin elaboró una nosología que aún subyace y sostiene todo el árbol conceptual de la patología mental. Junto a él y después de él, la nómina de psiquiatras eminentes es tan larga como el olvido de sus obras, ausentes en las publicaciones y revistas “agrimensoras” de niveles de impacto.

Para bien o para mal, los numerosos intentos de establecer nuevas nosologías y las inacabables versiones de diferentes manuales de diagnóstico no pueden ocultar su dependencia y su deuda. Todo el mundo recurre, de forma más o menos solapada, a la nomenclatura clásica, aunque nadie lo cita.

Podríamos concluir, parafraseando el título de la novela de García Márquez:

“Emilio Kraepelin no tiene quien le escriba”,

 

José Luis Mediavilla Ruiz.

Colegio de Psiquiatras Eméritos (Madrid).

Oviedo 14.09.22.